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La maternidad off road

Última respuesta: 8 de mayo de 2007 a las 1:39
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zora_8699500
8/5/07 a las :15

La maternidad off road
Por Ana Gabriela Mansilla-Río Jované
México D.F.

En la vida siempre nos enfrentamos con dos alternativas para realizar todo: podemos irnos por el camino fácil, pavimentado y recorrido por la gran mayoría o podemos alcanzar la meta por caminos menos transitados, terregosos y casi siempre con piedras, pendientes, troncos, lodazales, subidas y bajadas escarpadas pero que al final hacen que termines con una sensación de logro y de satisfacción por el esfuerzo y el trabajo invertidos. Los trayectos off road requieren de tener un equipo especial: camionetas todo-terreno o 4x4 que nos permiten enfrentar las adversidades. Esto implica mayor resistencia, mejor potencia y tracción, además de una continua colaboración entre el piloto y el copiloto. El trabajo es necesario en equipo porque de no ser así podemos sufrir accidentes serios.

La maternidad y todo lo que ello significa embarazarse, dar a luz y criar hijos es un acto que no es cuestionado; se da como un hecho desde el momento en que nace una niña. El mundo ha venerado, desde sus inicios, la fertilidad y la fecundidad, así que todo aquello que es capaz de reproducirse es bueno. Lo contrario la infertilidad y la esterilidad en el mejor de los casos, no se menciona pero lo mas común es señalarlo y alejarlo del resto de la comunidad. Todo esto hace que cuando se experimentan problemas para embarazarse, una no quiera mencionarlo, a veces incluso ni a las personas mas cercanas.

Cuando era niña nunca me cuestioné qué era eso de ser mamá; simplemente las mujeres eran mamás porque así era y punto. Las niñas jugábamos a las muñecas para aprender a ser mamás y todas mis amigas tenían mamás. De hecho, las mujeres que no tenían hijos eran pocas y generalmente no estaban casadas así que no podían ser mamás. Esa era mi percepción del mundo y de sus reglas.

Cuando llegué a la adolescencia lo primero que me recordaba mi madre era del peligro de salir embarazada, así que había que cuidarse de los muchachos y darse a respetar. En resumidas cuentas: no tener relaciones sexuales, ni a tan temprana edad, ni fuera del matrimonio porque después que iba yo a hacer con un bebé. Nadie cuestionaba tampoco entonces la habilidad de las mujeres para tener hijos.

Durante mi juventud y la universidad había cosas mucho más importantes que lograr que tener hijos. Un matrimonio fallido y una carrera demandante hicieron que pospusiera la maternidad durante un poco más, pero nunca cuestioné mi capacidad de embarazarme: si soy mujer, luego entonces me puedo embarazar cuando yo decida y cuando yo considere que la situación es la indicada, ¿no?

¡Pues no! Llegó el momento indicado, la situación adecuada y la persona esperada pero yo no quedaba embarazada, y ahí comencé un largo y tortuoso camino que hasta la fecha parece no terminar.

Después de largos y vergonzosos tratamientos, incontables visitas a ginecólogos y especialistas en infertilidad, inyecciones ya ni tan dolorosas por la frecuencia, más que por otra cosa, y una abundante cantidad de lágrimas, empecé a preguntarme si todo este asunto de la maternidad era en realidad para mí. ¿Acaso no sería un premio especial sólo para aquellas mujeres que merecían ser madres por algún designio divino? ¿O acaso había alguna cuenta karmática pendiente que me condenara al inframundo de las no-madres? Finalmente, ¿qué era toda esta alharaca sobre la maternidad?

Entonces me di cuenta que vivimos en un mundo que gira en torno a la fecundidad y que sólo aquello que se reproduce vale la pena; lo que no es fértil no sirve. Esto es verdad con plantas y animales porque a las mujeres sólo se nos mira con lástima en el mejor de los casos y en el peor nos alejan de los grupos; no vayamos a contagiar a las demás. Y de hecho, aun si nosotras no somos la causa de la infertilidad en la pareja, se presume que así es porque los hombres no pueden tener problemas.

Toda esta situación me hizo cuestionar la maternidad como concepto, como una meta en mi vida. Después de cada intento fallido es decir, después de cada ciclo en el que no había embarazo pasaba de la ira, a la depresión y de regreso. La montaña rusa no sólo era hormonal sino también emocional. Pasaba en un instante de no querer niños y buscar las cosas buenas de ser mujer sin hijos, a la necedad casi obsesiva de lograr un embarazo costara lo que costara; incluso mi vida si era necesario.

Al final la decisión no fue del todo mía. Con dos angelitos perdidos a la temprana edad de 7 semanas y sin más recursos para seguir en la carrera, económicos, emocionales y anatómicos (perdí trompas y ovarios en el intento) un día tuve que verme al espejo y enfrentar mi realidad como mujer: no puedo embarazarme, ni dar a luz hijos porque soy estéril, entonces ¿qué me queda si quiero ser madre?

Para empezar tuve que redefinir mi concepto de maternidad. Madre no es la que concibe y da a luz, más bien madre es la que cría, protege, se alegra con los logros de sus hijos y llora con sus lágrimas.

Es aquella persona que siempre estará en la esquina de sus hijos a pesar de todo y es la que se encarga de llevarlos por buen camino, entre otros múltiples y complejos trabajos.

Y entonces las preguntas clave: ¿sería yo capaz de hacer todo eso y más por un bebé que no es de mi sangre? ¿Podré quererlo como si en realidad fuera mío? ¿Y si no se parece a nadie? ¿Y si no me cae bien o no hacemos clic? ¿Acaso esto no será una forma de maternidad de segunda criar al hijo de otra mujer? Adoptar se volvió mi única opción si en realidad quería ser madre.

Una vez analizado y repensado acepté el reto. Pensé que de aquí en adelante el camino iba a ser mucho más fácil de lo que habíamos enfrentado, pero qué equivocada estaba. Para empezar, México resulta uno de los países con mayores dificultades legales para adoptar y los tiempos de espera son en promedio de 2.5 años por niño. Pero lo más desalentador no es eso, sino que la mayor parte de las instituciones que otorgan niños en adopción se rigen por parámetros religiosos y si no cumples con ellos (como nuestro caso) no entras ni a la puerta principal.

Ahora tenía que demostrarle a la sociedad que sí era material para ser madre. Entras en un laberinto de trámites burocráticos interminables y de escrutinios sobre tu vida y tu persona. Me pregunto: si esto se aplicara para todas las mujeres que se embarazan y dan a luz, ¿cuántas en realidad tendrían permiso para tener hijos?

En muchos lugares fuimos rechazados por no estar casados bajo la religión Católica, en otros tantos porque mi edad entonces, 38 años, me hacía una madre muy vieja para un bebé. Así que lo único a lo que podía aspirar era a un niño mayor de tres años. Incluso llegaron a preguntarnos por qué habíamos tardado tanto en aplicar para adopción, como si nos hubiéramos retrasado a propósito, y en las instituciones en que fuimos aceptados la espera era muy larga.

En fin, como alguien me dijo un día en el que estaba a punto de tirar la toalla: los tratamientos son un volado, pero la adopción, una vez aceptados en la lista de espera, es segura aunque se tarde.

Pero este camino no está libre de piedras tampoco. Cuando teníamos cerca de dos años esperando, nos llamó la casa hogar para decirnos que tenían a nuestro hijo. Esas palabras sonaron a música en nuestros oídos. Todavía recuerdo que era septiembre, así que salimos volando (literalmente) para tener todo listo para un bebé. No podíamos creerlo; finalmente después de muchos años seríamos tres.

Llegamos con abuelas, ropa, sillita para coche y todo lo necesario y lo no tanto. Pero las noticias no fueron buenas: no tenían al niño porque parece que la madre se había arrepentido al final y había decidido quedarse con el bebé. El dolor fue tan fuerte y el coraje y la rabia tan intensos. Parecía que la vida nos seguía jugando rudo. Lo único que nos dijeron entonces es que era designio de Dios y que había que seguir esperando.

Este bebé lo sentía tan mío como si lo hubiera traído dentro de mí durante nueve meses y ahora me lo quitaban; ya había perdido tres hijos. ¿Qué hacer? ¿Qué camino tomar? ¿Debía seguir adelante o de plano claudicar? Puse como fecha límite mis 40, todo sufrimiento debe terminar en algún lado. Si no era mi destino ser madre, tampoco lo iba yo a presionar, pero si tenía una vida que seguir, no podía seguir suspendida en el limbo.

Diecinueve días después de mi cumpleaños recibimos una segunda llamada. Tenían un niño para nosotros y ahora sí no había duda. El día que conocí a José María fue como si yo lo hubiera parido. Miedos, inseguridades y una inmensa alegría. No sabía yo que se pudiera amar de esta forma, simplemente era perfecto. Todas mis preguntas se fueron al bote de la basura; claro que lo quería y lo iba a querer, por supuesto que lo iba a criar y a proteger y a apoyar y que yo iba a ser su más ferviente admiradora y porrista.

¿Que yo no lo concebí? No es cierto, lo he traído dentro de mi corazón desde hace mucho, mucho tiempo. ¿Que no es hijo de mi sangre? Y eso qué, va a crecer conmigo y seré yo quien le enseñe el mundo. ¿Que si no se parece a la familia? Bienvenida la diferencia porque traerá cosas nuevas. ¿Que si es maternidad de segunda? Pues se siente de primera.

Desde el principio mi esposo y yo habíamos decidido tener más de un hijo así que volvimos a empezar la ruta pensando que como ya conocíamos el camino iba a ser mucho más sencillo en la segunda vuelta. Pues no, hace dos años que metimos la solicitud para un segundo hijo y no ha sido fácil.

En esta ocasión también hemos tenido pérdidas, porque al igual que la primera vez, nos llamaron un día y al día siguiente resulta que siempre no. Esa vez no nos descorazonamos tanto y seguimos esperando. Finalmente llegó la llamada: nos dieron un lindísimo bebé de casi cuatro meses.

Documentos en orden y trámites en tiempo y forma. Cuál no sería nuestra sorpresa que a la vuelta de mes y medio nos llamarían para decirnos que la madre se había desistido y no daría al niño en adopción. Con un dolor que no había yo conocido hasta entonces tuve que devolver al que ya consideraba yo mi hijo. Sentí que tanto la vida como Dios y la justicia me volvían a poner en el banquillo, ¿Qué acaso yo no tengo derechos también? ¿Qué acaso el mejor beneficio del niño es andar dando tumbos por todos lados hasta que se decida en dónde pertenece? ¿Y mientras esto pasa, qué hay de él? ¿Puedo o no llamarlo mi hijo? ¿Puedo seguir esperándolo o empiezo otro trámite? ¿Será este niño mi cuarta pérdida? ¿Tendré otra oportunidad y todavía estaré en forma para cuando llegue?

Todo esto lo pienso cuando me siento en mi escritorio muy temprano en la mañana y contemplo el amanecer que se ve por la ventana de mi cuarto de trabajo. Éste ha sido un camino muy largo hacia la maternidad pero por cada tropiezo he tenido mil recompensas. Este recorrido ha tenido muchas piedras, uno que otro tronco y más de una ladera empinada que hemos tenido que enfrentar desde diferentes ángulos. Más de una vez hemos necesitado usar la doble tracción de nuestro matrimonio y la coordinación entre piloto y copiloto se ha ido afinando, incluso hemos llegado a cambiar de asiento.

Esos rayos de sol me dicen que todavía hay esperanza y que, a pesar de todo, cada una de mis lágrimas se ha visto recompensada con intereses por esos pequeños logros que tienen los niños. Su primera sonrisa, sus dientes, sus pasos y ahora sus palabras, pero sobre todo cada vez que siento sus bracitos alrededor de mi pierna o de mi cuello, cada vez que recibo un beso lleno de dulce y cada vez que oigo su voz gritar mamá. Hoy por hoy soy tan madre como cualquiera y cuando me ven con mi chiquito de la mano nadie sospecha el dolor y las lágrimas que he tenido que pagar por ese título.

Hay veces que para llegar a una meta es necesario salirse de los caminos pavimentados, usar un buen equipo con resistencia y tracción y tener un excelente compañero de viaje para lograr lo que se quiere. Oír que me digan mamá todos los días por la mañana sabe a triunfo.


http://www.bbmundo.com/ELLADICE/EllaDiceG_maternid-.asp

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an0N_648370199z
8/5/07 a las 1:39

Gracias por este ...
hermoso articulos, besos
gloriela

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