Los viajes los realiza el alma cuando a sus ojos se le abren paisajes inhóspitos frente a los cuales presiente que una experiencia honda y humana se le presenta como oportunidad de vivir y de ser vivido por otro.
Por eso viajar es sumergirse en un relato, escrito o pintado, tal vez biografiado y desandar los días de la vida para sentirte presente en otras tierras tan desconocidas y excitantes como acogedoras...
Hay un país que no existe en los mapas. Sin embargo, ¡qué bien conoce el corazón el fulgor de sus bosques! ¡Cómo aspira la paz de sus laderas! Hay un país, no sé, donde todo es posible con sólo desandar el filo de los días para volver allí: envés de la mirada.
La mirada hecha de lágrimas, sueños y guiños de niño, es acogida de luz que luego de rebotar en nuestra entraña, sale para traquetear por esas lides que llamamos vida y para sembrar de humanidad la sequedad de nuestras tragedias y las de los demás, y así se siembra en tierra buena como dijera el Nazareno...