Sentados a la orilla de aquel pequeño río
donde el agua casi sin ruido serpenteaba
por entre las piedras como una culebra.
Entre nosotros surgió un impetuoso amorío,
y nos amamos en la tranquilidad que reinaba
en aquella orilla arbolada y placentera.
Y en todo su sabor
gozamos del amor
que aunque no fue duradero,
al menos por un momento fue verdadero.