Nadie debería reprimir, ni siquiera intentar, acallar los sentimientos independentistas de los demás, ni siquiera las aspiraciones de independencia de ningún pueblo, siempre que todo ello se lleve por los caminos legales, en tiempo y forma, sin perjudicar a terceros y, por supuesto, con bases, razones y argumentos sólidos y creíbles.
Lo que no es admisible es usar engaños y embustes para confundir al pueblo y crear estados de opinión creados ad hoc.
Utilizar motivos históricos, o usar los hechos diferenciales como arma arrojadiza, aplicados en el momento y tiempo que más interese a cada uno, no parece lo más lógico, ni lo más digno.
Todos los países, regiones, pueblos, etcétera, en algún momento de su historia, tuvieron sus momentos de resplandor y de ocaso (en mi tierra lo sabemos bien). Si cada uno de ellos utilizará los momentos históricos más propicios como argumento para reclamar derechos, la fila que se podría formar para tal fin sería infinita.
El permanecer fuera del tiempo y el lugar, el querer atarse a alucinaciones del pasado, amén de no llevar a ningún lado, es tan desconcertante como si alguien pretendiera ir a cazar diplodocus, olvidando que estos desaparecieron hace varios millones de años y que, además, ya no volverán JAMÁS.